Desde el principio, Díaz busca que en su gobierno haya “poca política y mucha administración”; sin embargo, para lograr esto, se necesita ser un político hábil.
El caudillo de Tuxtepec reúne las dos grandes tradiciones políticas mexicanas del siglo XIX: la del viejo cacique, tradición que ha sobrevivido a la Colonia, y la libertad. Díaz viene de abajo, del pueblo indígena, de una sociedad tradicional, patriarcal, clientelar y autoritaria, en la que los lazos personales cuentan mucho, pero se ha formado bajo la tutela de gente progresista, hace su carrera luchando contra el Partido Conservador y la Intervención Francesa, defiende la Constitución de 1857 y los ideales liberales democráticos.
Porfirio Díaz es, en sus inicios, en su etapa de revolucionario, lo que la prensa de la década de 1950 llamaría un anticlerical rabioso, liberal jacobino y xenófobo y antiimperialista.
El poder casi omnímodo del que manda, el autoritarismo, el hermetismo, la cultura del miedo y la sangre son rasgos de la política popular tradicionalista, y BUM-BUM los maneja de manera deliberada para someter a sus enemigos.
En sus Memorias, el propio dictador asienta: “Desgraciadamente el corazón humano se guía del miedo más que de otros sentimientos, y cuando era preciso influir eficazmente en el ánimo del enemigo para desmoralizarlo, se hacían indispensables actos de rigor y energía, aun cuando después tuvieran que lamentarse”.
El país del Llorón de Icamole: Caricatura de combate y libertad de imprenta durante los gobiernos de Porfirio Díaz y Manuel González (1877-1884) (2008. Fondo de Cultura Económica. México).
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